Perdón es dejar que lo que fue, se haya ido, que lo que será llegue; que lo que ahora es, sea. Puesto que nada de lo que nos proponemos puede ser impecable, y nada de lo que intentamos carece de errores, y nada de lo que logramos adolece de cierto grado de limitación y falibilidad que llamamos humanidad, nos salvamos mediante el perdón.
Perdonar. Hay una maravillosa aura que circunda el verbo perdonar; una cordialidad y fortaleza admirables. Es una palabra que sugiere: dejarse llevar, liberar..., una acción, que tiene el poder de calmar, de curar, de reunir y de volver a crear. Perdonar a los demás por muy difícil que eso pueda ser, es solo una parte del problema, a menudo es igualmente difícil, perdonarnos a nosotros mismos. Pedir perdón y perdonar a los demás es un complicado proceso que involucra a nuestra empatía, humanidad y sabiduría más profundas. Históricamente hemos visto que sin perdón no puede haber un amor perdurable, ningún cambio, ningún crecimiento, ninguna libertad verdadera. De manera que todos aquellos que se preocupen por mantener unas relaciones perdurables, traten de comprender mejor la dinámica del perdón. No hay duda que si vamos a vivir juntos como los individuos frágiles y vulnerables que somos, tenemos una gran necesidad de ello. El perdón es una elección. Cuando hacemos una entrega de amor de nosotros mismos, nos volvemos más vulnerables, jamás estamos a salvo, quedamos al descubierto ante el desengaño y el dolor. En una relación, los individuos se unen llevando consigo historias y experiencias particulares con la esperanza de crear nuevos mundos, y ya que todos, interactuamos bajo la sombra de pasados temores, esperanzas y hábitos y puesto que todos somos diferentes y todos imperfectos, muy rara vez es posible lograrlo sin tropezar con algún conflicto. Cuando nos sentimos agraviados, de inmediato dirigimos la mirada hacia el otro, para culparlo. Algo nos han hecho a nosotros. Por lo tanto, tenemos todo el derecho de exigir justicia. Creemos que la justicia se ha cumplido solo cuando podemos lastimar a quienes nos han lastimado, decepcionar a quienes nos han desilusionado, hacer sufrir a quienes nos han herido. Estamos seguros que el mal únicamente se corregirá de esta manera. Buscamos la venganza porque sabemos que esa experiencia resultará dulce, pero ¿Encontramos que en realidad lo es? Cuando nos agravian, aquellos seres que amamos, parecería que devaluamos años de relación... de una relación que quizás nos brindó incontables alegrías y que requirió una gran energía intelectual y emocional para haber durado tanto tiempo. Y a pesar de ello, con una sola frase cruel, con un acto impensado, con una crítica insensible, somos capaces de destruir incluso la más íntima de nuestras relaciones. Nos olvidamos muy pronto de todo lo bueno y nos dedicamos a crear escenarios de odio, y lo hacemos en vez de aceptar el desafío de una evaluación y confrontación honestas. Pasamos por alto la posibilidad de que en el acto de perdonar y demostrar compasión, es muy probable que logremos descubrir nuevas profundidades en nosotros mismos y nuevas posibilidades para relacionarnos en el futuro. Somos demasiado orgullosos. En vez de ello, nos ocupamos en actividades contraproducentes que nos impiden perdonar, albergamos la creencia de que si nos apartamos y huimos de la situación, lastimaremos a la otra persona y la ausencia nos curará, nos refugiamos en la fantasía de que en la evitación puede haber una conclusión, en la ingenua esperanza de que al herir, avergonzar, culpar y condenar, eso nos hará sentirnos mejor. No podemos comprender que cuando nos rehusamos a participar en conductas de perdón, somos nosotros quienes asumimos el inútil peso del odio, del dolor y de la venganza, un peso que es inacabable y que cae sobre nosotros en vez de recaer en la persona que nos agravió.
Solo empezamos a perdonar, cuando logramos ver a los pecadores, como a nosotros mismos, ni mejores ni peores. Necesitamos recordar que coexistimos en el mundo como mortales, juntos el ofendido y el ofensor y que, en nuestra común humanidad, sería muy fácil que la situación fuese a la inversa. La comprensión compasiva, y un corazón y una mente que se identifiquen con los demás, son los primeros pasos necesarios para perforar los muros de las actitudes implacables. Este conocimiento se repite de una manera sana y natural en todas las relaciones sanas y amantes. Los padres disculpan la irreflexión de sus hijos, los niños no se fijan en las actitudes posesivas de sus padres, los amantes dejan pasar los defectos y flaquezas del otro. Hacemos todo esto, porque amamos a esos individuos y sabemos que tampoco son perfectos. Seguimos amando a aquellos que nos hieren de vez en cuando, porque sabemos que son seres humanos de valía, capaces de todo lo bueno, como de todo lo malo. Los vemos como seres humanos abiertos a las posibilidades del cambio. El amor es la única gran fuente del perdón. Con amor podemos volver a ver al pecador como una persona digna, con amor, colocamos lo malo bajo una cierta perspectiva, el perdón se convierte en la única salida del dolor... "Te perdono porque debo hacerlo si es que deseo seguir viviendo plenamente"
El perdón no siempre es tan sabio y tan razonable, a menudo se ofrece como un don, ello implica la superioridad de quien lo ofrece, cuando se concede de esta manera, no es perdón. Es una forma de chantaje en la cual una parte se convierte en el "generoso benefactor" del pecador "inferior". El verdadero perdón se nos hará más fácil, cuando reconozcamos que también somos humanos, capaces de una mala acción, cuando tomemos en consideración circunstancias que quizá no comprendemos, cuando tengamos fe en la bondad básica de la persona como ser humano, cuando estemos dispuestos a comenzar de nuevo, con compasión y sin rencores. Y llegar al olvido... Lo que necesitamos es aprender de lo malo y después, al volvernos más sabios, olvidarnos de ello, y avanzar hacia el mañana. Debemos tener en mente, que no tiene nada de malo si el perdón nos resulta difícil, somos seres humanos y es difícil hacerle frente al mal que nos hacen los demás, sobre todo cuando somos inocentes y no podemos encontrar ninguna explicación para la conducta del otro. ¿Por qué debemos perdonar? Para alejarnos de lo que nos impide la esperanza y el amor.